La inclinación de su lámpara de escritorio hace que la luz me ilumine en el sofá más que a ella. A pesar de que ya son las tres de la mañana, ninguno de los dos puede irse a dormir, ella porque ha estado intentando desde hace varias horas ver el resultado de su estudio y yo porque le dije que la acompañaría hasta que lo lograra. Ambos estamos de mal humor, alguien parece estar actualizando por demasiado tiempo la página y yo no consigo encontrar una serie que mantenga mi interés. Ella toma agua en un vaso y yo tengo un plato de cereal a medio terminar sobre la mesa de la sala, justo al lado de donde dejé la computadora para no tener que estirarme mucho para buscar algo que ver.
En el mismo momento en que ella tiene un ataque de tos, un correo de LinkedIn me ofrece 4 trabajos para los cuales el algoritmo decide que soy apto. Por un momento me atrevo a pensar que puedo aceptar alguno después de renunciar al que tengo y que quizá así pueda volver a trabajar desde casa.
Ella estará dormida cuando me despierte mañana y yo tendré que apurarme para no llegar tarde a la oficina y tener que saludar a todos los que ya estarán ahí hablando del Templo Mayor, sin el cubrebocas puesto e ignorantes de que quizá también yo sea uno más de los positivos asintomáticos.