Alguna vez pensamos que la opción más inteligente era migrar de los blogs – esos espacios digitales para la comunicación, la memoria y los puntos de vista-, hacia las redes sociales. Creímos que publicar algo en un blog era limitar el alcance de esa publicación y que hacerlo en una red social era compartirlo realmente con un universo más grande, que de alguna manera podríamos llegar a más personas, tanto a nuestros amigos como a los amigos de nuestros amigos e incluso a personas desconocidas que compartían nuestros mismos intereses. Estuvimos seguros de que publicar un texto era el inicio de una conversación aunque no hubiera respuestas ni diálogo.
Y gradualmente avanzamos hacia un mundo de «seguidores» y de «likes» donde los números fueron más importantes que las ideas, donde las verdaderas charlas dieron paso a mantenerse al tanto de la vida de los demás en espacios curados para mostrar solamente algunas facetas de la realidad. Dejamos de ser comunidades para convertirnos en redes y esas redes potenciaron a través de algoritmos y de dinero lo que debíamos ver y lo que debíamos conocer.
¿Cómo regresamos a esas iniciales pláticas genuinas?