Hoy estamos exactamente a 975 días de mi cumpleaños número 50.
Al buscar un nombre para este blog intenté encontrar una manera de relacionarlo conmigo y pensé que el año de mi nacimiento junto con el concepto de una libreta podrían representar algo del contenido que pensaba escribir. Después el contenido fue cambiando hasta ser lo que ahora es pero el nombre se quedó.
Hoy, una casualidad numérica salida de una idea para usar un filtro de TikTok me hizo preguntar cuantos días faltaban para mi cumpleaños y la respuesta fue 975.
De alguna manera pareció que el blog, mis próximos 50, TikTok y una cuenta regresiva coincidieron para recuperar a dos viejas amistades, alguien a quien conocí en primaria y alguien a quien conocí m secundaria, ambas con la misma preocupación por nuestro próximo cincuentenario.
La inclinación de su lámpara de escritorio hace que la luz me ilumine en el sofá más que a ella. A pesar de que ya son las tres de la mañana, ninguno de los dos puede irse a dormir, ella porque ha estado intentando desde hace varias horas ver el resultado de su estudio y yo porque le dije que la acompañaría hasta que lo lograra. Ambos estamos de mal humor, alguien parece estar actualizando por demasiado tiempo la página y yo no consigo encontrar una serie que mantenga mi interés. Ella toma agua en un vaso y yo tengo un plato de cereal a medio terminar sobre la mesa de la sala, justo al lado de donde dejé la computadora para no tener que estirarme mucho para buscar algo que ver.
En el mismo momento en que ella tiene un ataque de tos, un correo de LinkedIn me ofrece 4 trabajos para los cuales el algoritmo decide que soy apto. Por un momento me atrevo a pensar que puedo aceptar alguno después de renunciar al que tengo y que quizá así pueda volver a trabajar desde casa.
Ella estará dormida cuando me despierte mañana y yo tendré que apurarme para no llegar tarde a la oficina y tener que saludar a todos los que ya estarán ahí hablando del Templo Mayor, sin el cubrebocas puesto e ignorantes de que quizá también yo sea uno más de los positivos asintomáticos.
Aquellos que se quedaron atrás, que optaron por seguir los ideales de la causa, que decidieron ser más éticos, menos dispuestos a hablar de triunfos que no fueron suyos, más responsables de lo que hizo una diferencia positiva para los demás.
Aquellos que lucharon cada una de las batallas, que se enfrentaron a los enemigos, que blandieron sus espadas y fueron heridos en combate una y otra vez sin nunca ceder y nunca renunciar.
Aquellos que vistieron los uniformes de soldado y los usaron hasta que quedaron hecho jirones en las refriegas mientras quienes usaban los de gala bailaban en fiestas de celebración por el hecho de seguir vivos y continuar teniendo las manos limpias.
Aquellos que escucharon que otros tomaban las decisiones difíciles a pesar de que fueran ellos los afectados por esas decisiones.
Aquellos que hoy se preguntan si habrían hecho las cosas de otra manera y se responden a sí mismos que volverían a hacerlo de la misma manera, quizá solamente disfrutando más el hecho de irse poco a poco quedando atrás, en los campos de batalla.
“Si quieres ser escritor, debes vivir mucho más para tener de qué escribir”, me dijo desnuda y acostada a mi lado en la cama de mis padres. Yo acababa de cumplir 16 y ella era 20 años mayor que yo.
Han pasado tres décadas desde aquella noche y aún sigo esperando el momento en que haya vivido lo suficiente como para poder sentarme a escribir.
Aprender a contar historias, saber con qué voz narrarlas, tener la claridad suficiente para encontrar las palabras precisas y el orden necesario para transmitir emociones y conectar con los lectores.
Mientras se veía al espejo para decidir qué tipo de maquillaje usaría, pensó en la manera en la que contestaría cada una de las preguntas que le harían durante la entrevista y en cómo arreglaría las plantas detrás de ella, abriría las persianas para que entrara más luz y se acomodaría para tomar la llamada.
Momentos antes de la hora acordada, el nombre de alguien más apareció en su pantalla y recordó la última vez que habían hablado por teléfono, los últimos mensajes que se habían mandado, la manera en la que se habían despedido y supo que aunque perdiera ese nuevo puesto, estaba preparada para encontrarse nuevamente con ella.
“Esta es mi calle, no es para que otros vengan a estacionarse, que se estacionen en otro lado, que los metan a un estacionamiento y que paguen o mejor que ni vengan porque nada más vienen a robar y a dejar las calles bien sucias. Por eso todos los vecinos ponemos estos botes. Y aguas que alguien los mueva porque nos lo agarramos a madrazos y si no, pues nos chingamos el coche, picamos llanta o lo decoramos con fierro. Esta es nuestra calle y no está bien que quieran abusar, está en nuestros derechos, ¿no?”
Así las calles, las ciudades, el país.
Cada quien protegiendo sus intereses en perjuicio de los demás.
Hay quienes piensan que la palabra escrita sigue siendo la mejor forma de comunicarse; quienes creen que las imágenes «valen más que mil palabras» y quienes están convencidos de que la voz y los sonidos son el medio ideal para expresar las ideas.
Algunos de estos últimos vivieron ese tiempo en el que convertirse en locutor de estación de radio podía ser algo más cercano y alcanzable que llegar a conducir en televisión, convertirse en escritor o volverse fotógrafo. Y quizá ellos fueron los pioneros en hacer podcast cuando este medio aún no había alcanzado el nivel que ha alcanzado hoy y para crear uno bastaba un micrófono, una conexión a internet, un servidor para alojarlo y las ganas de dejar grabado algunas ideas.
Algunos de aquellos que escribieron fanzines en los 80s, comenzaron un blog en los 90s, aprendieron HTML para armar un website en los 00s y se volcaron a las redes sociales en los 10s, gradualmente se fueron educando para crear contenido y compartirlo en un medio que requería menos conocimiento específico y menos producción.
Un celular con – a lo mejor-, un micrófono externo, una grabadora de audio, un programa de edición simple y una app para darle forma y compartirlo simplificaron el proceso, de la misma manera en que lo hizo una cámara digital con quienes decidieron hacer la transición de blogueros a vlogueros.
Las posibilidades del podcast ayudaron a que quienes alguna vez desearon ser locutores de radio, o a que quienes gustan de comunicar un punto de vista, un conocimiento o una opinión pudieran hacerlo sin preocuparse por la censura sabiendo que dicho mensaje podía llegar a un público específico interesado por dicho contenido.
Grabaciones sobre cualquier tema, puntos de vista -algunos más interesantes que otros-, enseñanzas, historias, audio-reportajes, hay espacio para cubrirlo todo.
¿Qué grabarías en una cinta de audio, en un clip digital? ¿cuáles de tus ideas querrías que se escucharan por muchas más personas que las que están en tu círculo inmediato? ¿ Con qué finalidad plasmarías un conocimiento, una experiencia, una emoción para que alguien más lo escuchara?