“Si quieres ser escritor, debes vivir mucho más para tener de qué escribir”, me dijo desnuda y acostada a mi lado en la cama de mis padres. Yo acababa de cumplir 16 y ella era 20 años mayor que yo.
Han pasado tres décadas desde aquella noche y aún sigo esperando el momento en que haya vivido lo suficiente como para poder sentarme a escribir.